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Aquellas cosas que hicimos para querernos
Aimé Luna
Bulbo Editorial
-
Texturas, paisajes, herencias. ¿Cuánto de nuestra vida permanece y cuánto se recrea, se transforma, se convierte en algo nuevo? ¿Qué textura se arma entre lo que traemos y lo que aportamos, para hacer nuestra propia experiencia?.
A través de fotos, Aimé abre esas preguntas que resulta de ese diálogo entre el linaje y la ruptura que implica cualquier recorrido vital. Así como es imposible bañarse una y otra vez en el mismo río, hacer algo de la misma manera en momentos diferentes, también es imposible repetir una historia, aunque una y otra vez lo parezca.
En todo caso, la ilusión de atrapar el instante es la gran operación de la fotografía.
En su propia materialidad, está la evidencia de lo irrecuperable.
La autora trabaja con un árbol nutricio: las mujeres de su familia. Su abuela, su madre, ella y sus hijas, aparecen en una serie donde el parecido alberga la diferencia.
Ni las trayectorias de vida ni los paisajes son inmutables, tampoco se fundan en el presente.
Las fotos familiares, esa reliquia que nos acerca a antiguas intimidades, conducen el camino que propone la artista como una forma de estar en el mundo. Entre el legado y el camino del libre albedrío ubica el espacio para poner la mirada, para encontrar una forma propia de contar y hacer su historia.
La recuperación del linaje materno es parte de una revelación, pero también de una rebeldía: los feminismos han venido a mostrar historias veladas, y también a darles la relevancia que merecen. La historia con mayúsculas necesita ser reescrita, porque cada una de las acciones que hacen rodas la vida la constituyen.
Es mucho más que echar luz sobre aquello que no se veía: al hacerlo, también se lo repone como parte de esa historia que hasta ahora fue relatada a través de grandes hitos y gestas heroicas. Y nosostras sabemos que esas excepcionalidades son sostenidas por una trama cotidiana que las hace posibles.
Antes hubo que denunciar la división entre lo público y lo privado, ahora se da un paso más: mostrar que el espesor histórico está en lo cotidiano.
Las resonancias de las fotos de Aimé juegan entre esos territorios: cuerpo y paisaje, intimidad y externalidad. Vivir en un tiempo, en un espacio, sin desentenderse del legado. Hasta ahora, la humanidad ha intentado acallarnos, ponernos en el mundo como sujetas sin historia, como individuas que siempre estaremos fallidas por no encajar en ese modelo masculino, heterosexual, propietario.
Lejos de las identidades fijas, las fotos de Aimé hacen parte del paisaje como sostén, expresan lo inapropiable de la vida en su sentido mas amplio, de todas las vidas que forman parte de un espacio y también de las vidas esas que vivimos en la ilusión de hacer lo que queremos, mas allá de lo que traemos.
Un perfil, una historia, un lugar. "Mi abuelo quemó las fotos de mi abuela antes de casarse, asi que tuve que lanzarme a la búsqueda a partir de familiares que pudieran tener imágenes anteriores de ella", cuenta Aimé. Su historia entrelaza contundenciafáctica con metáfora: negar las trayectorias vitales de las mujeres antes de su "pertenencia" a un hombre es algo que el patriarcado hizo históricamente. Los feminismos nos habilitamos para encontrarlas. Para hacer visible la singularidad, la vitalidad, el deseo que son materias de una vida, muy por afuera del mandato de ser para "otro" o para "otros".
Asi, en esas fotos de su abuela, del linaje materno, de su propia maternidad, Aimé expresa una historia que se está contando en presente, unas fotos que estamos rescatando de las hogueras milenarias.
Sonia Tessa
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Aquellas cosas que hicimos para querernos
Aimé Luna
Bulbo Editorial
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Texturas, paisajes, herencias. ¿Cuánto de nuestra vida permanece y cuánto se recrea, se transforma, se convierte en algo nuevo? ¿Qué textura se arma entre lo que traemos y lo que aportamos, para hacer nuestra propia experiencia?.
A través de fotos, Aimé abre esas preguntas que resulta de ese diálogo entre el linaje y la ruptura que implica cualquier recorrido vital. Así como es imposible bañarse una y otra vez en el mismo río, hacer algo de la misma manera en momentos diferentes, también es imposible repetir una historia, aunque una y otra vez lo parezca.
En todo caso, la ilusión de atrapar el instante es la gran operación de la fotografía.
En su propia materialidad, está la evidencia de lo irrecuperable.
La autora trabaja con un árbol nutricio: las mujeres de su familia. Su abuela, su madre, ella y sus hijas, aparecen en una serie donde el parecido alberga la diferencia.
Ni las trayectorias de vida ni los paisajes son inmutables, tampoco se fundan en el presente.
Las fotos familiares, esa reliquia que nos acerca a antiguas intimidades, conducen el camino que propone la artista como una forma de estar en el mundo. Entre el legado y el camino del libre albedrío ubica el espacio para poner la mirada, para encontrar una forma propia de contar y hacer su historia.
La recuperación del linaje materno es parte de una revelación, pero también de una rebeldía: los feminismos han venido a mostrar historias veladas, y también a darles la relevancia que merecen. La historia con mayúsculas necesita ser reescrita, porque cada una de las acciones que hacen rodas la vida la constituyen.
Es mucho más que echar luz sobre aquello que no se veía: al hacerlo, también se lo repone como parte de esa historia que hasta ahora fue relatada a través de grandes hitos y gestas heroicas. Y nosostras sabemos que esas excepcionalidades son sostenidas por una trama cotidiana que las hace posibles.
Antes hubo que denunciar la división entre lo público y lo privado, ahora se da un paso más: mostrar que el espesor histórico está en lo cotidiano.
Las resonancias de las fotos de Aimé juegan entre esos territorios: cuerpo y paisaje, intimidad y externalidad. Vivir en un tiempo, en un espacio, sin desentenderse del legado. Hasta ahora, la humanidad ha intentado acallarnos, ponernos en el mundo como sujetas sin historia, como individuas que siempre estaremos fallidas por no encajar en ese modelo masculino, heterosexual, propietario.
Lejos de las identidades fijas, las fotos de Aimé hacen parte del paisaje como sostén, expresan lo inapropiable de la vida en su sentido mas amplio, de todas las vidas que forman parte de un espacio y también de las vidas esas que vivimos en la ilusión de hacer lo que queremos, mas allá de lo que traemos.
Un perfil, una historia, un lugar. "Mi abuelo quemó las fotos de mi abuela antes de casarse, asi que tuve que lanzarme a la búsqueda a partir de familiares que pudieran tener imágenes anteriores de ella", cuenta Aimé. Su historia entrelaza contundenciafáctica con metáfora: negar las trayectorias vitales de las mujeres antes de su "pertenencia" a un hombre es algo que el patriarcado hizo históricamente. Los feminismos nos habilitamos para encontrarlas. Para hacer visible la singularidad, la vitalidad, el deseo que son materias de una vida, muy por afuera del mandato de ser para "otro" o para "otros".
Asi, en esas fotos de su abuela, del linaje materno, de su propia maternidad, Aimé expresa una historia que se está contando en presente, unas fotos que estamos rescatando de las hogueras milenarias.
Sonia Tessa
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